La necesaria búsqueda de un equilibrio que respete ambas especies y consiga la conciliación de las mismas en los mares y océanos
Hubo un tiempo en el que orcas y humanos compartían aguas y recursos sin muchos contratiempos más allá de de algunos esporádicos escarceos en pugna por algún desdichado atún que había caído en las redes de los hombres en disputa continua por la supervivencia.
Hombres y orcas habían conseguido compartir espacios y recursos con ese equilibrio casi siempre inestable que dirige la evolución y la naturaleza desde que los humanos pisan suelo después de evolucionar en su largo viaje de los árboles a las estrellas pasando por los mares y océanos que han unido culturas por mor del curioso arte de la navegación.
Orcas y humanos son especies de mamíferos impresionantes, magnificas, muy inteligentes que dominan el medio en el que viven y que están en la parte más alta de la línea evolutiva.
Inopinadamente, durante la pandemia, cuando el humano atravesó una época de debilidad e incertidumbre, cierto grupo reducido de orcas iniciaron un salto de comportamiento que progresivamente se iría extendiendo de unos ejemplares a otros como siempre ha ocurrido en términos evolutivos.
Los nuevos aprendizajes que consiguen resultados positivos, en cualquier sentido, para las especies siempre permanecen, haciéndose recurrentes. Así aprendemos, prueba error, prueba error, hasta que se produce el milagro prueba acierto.
En este punto siempre recuerdo la escena de una maravillosa película de Stanley Kubrick, que marcó mi adolescencia, 2001 una odisea en el espacio. En la escena, un simio de una manada se encuentra con un osario y recoge el pulido y blanco hueso de una potente mandíbula, lo mira con curiosidad y da un pequeño golpe con él en el suelo, se da cuenta de que el golpe hace saltar otros huesos y vuelve a golpear con más fuerza y cada vez con más fuerza y se produce en el simio el salto evolutivo, se da cuenta de forma instintiva que esa mandíbula puede ser un instrumento que le dé el poder y la fuerza sobre el grupo, sobre la manada permitiéndole ser el líder.
Y es que así funcionamos, seamos orcas, humanos u orcos. El poder nos incentiva y las herramientas para conseguirlo las vamos descubriendo cada día.
Así, de forma casi seguro casual, y la teoría de la casualidad se produce en la naturaleza con más recurrencia que la teoría de la causalidad, una orca en esa época de pandemia, debilidad e inseguridad humana, encontró que era sencillo enseñar a sus crías el difícil arte de la caza usando como cebo los apéndices aletas de unos grandes peces que se mueven siempre por la superficie de forma lenta y silenciosa.
Las orcas no saben que esos grandes y lentos peces se llaman por los hombres veleros y que son tripulados por ellos. Las orcas ven su silueta desde su privilegiada posición acuática y animan a su cría al aprendizaje.
Y es que todos los mamíferos enseñan a cazar, que es lo mismo que sobrevivir, a sus crías mediante juegos que poco a poco se van convirtiendo en las realidades vitales que les permitirán cumplir su ciclo evolutivo y continuar avanzando. Así hemos llegado todos hasta aquí.
Por eso las orcas no son el problema sino la solución.
Por eso los humanos como grupo tampoco son el problema sino la solución.
En este punto la diferencia entre orcas y humanos es que mientras las primeras ven, sin más, ese lento pez que se mueve lentamente en superficie, los últimos son conscientes de que no es un lento pez sino un velero tripulado por sus congéneres y que el juego de la orca puede ser un verdadero problema para el humano.
Por eso el problema son nuestros mayores, esos sabios primitivos que atesoran supuestamente el conocimiento, aquellos que nos gobiernan y que deciden quién, como, cuando y dónde esos lentos peces pueden navegar, quienes deciden que legislaciones aplicar y a quien, a qué, como, cuando y dónde hacerlo y que tienen la responsabilidad de la seguridad y las herramientas y la tecnología apropiada para conseguirlo.
Y en esto de la seguridad no valen medias tintas, uno tiene que implicarse hasta las trancas porque las consecuencias de su falta derivan siempre en tragedias irresolubles que marcan los destinos de unos y a otras.
No vaya a ser que como en otras ocasiones y con otras especies los hombres acaben siendo orcos y en esa contienda como siempre las orcas acabarán perdiendo aunque también los humanos.
Seamos humanos en el amplio sentido de la palabra, porque las orcas, que son mamíferos, llegaron aquí al tiempo que nosotros en esa larga y magnífica línea evolutiva y comparten con nosotros a nuestros mayores ya que todos venimos de un antepasado común allá por el Triasico, tanto tiempo atrás que ya no recuerdo porque 200 millones de años son muchos incluso para mi, y si hemos conseguido avanzar y convivir desde entonces nada haría pensar que no podríamos conseguirlo ahora más cuando siendo las orcas unos animales magníficos no me cabe duda que también lo son los hombres.
*Artículo de opinión escrito por el columnista y colaborador Cuter. La fotografía fue tomada en el Puerto de Tarifa y distribuida por redes sociales cuando las orcas hicieron presencia en el interior del mismo.